LAWRENCE OATES, aventura y tragedia en el Polo Sur.

  



   * Oates dirigiéndose en solitario hacia la tempestad, sólo hay un final posible y él lo sabe, cada paso es un tormento, no hay vuelta atrás, sus compañeros le han visto salir y saben a donde va, y le dejan marchar...
   
   Sin duda mucho se ha escrito sobre la aventura del Polo, la determinación de los que allí dejaron su vida o la arriesgaron, el arrojo y la valentía de todos los hombres que avanzaron en el descubrimiento de las últimas tierras ignotas, la línea tan fina que en aquellas latitudes separa la vida de la muerte. Entre todas aquellas aventuras destaca, por su trágico final, la que realizaron el capitán Scott y sus 4 compañeros. Scott fue un aventurero inglés, militar con aspiraciones, que dedicó su vida, por una casualidad del destino, a la conquista y exploración del Polo Sur, que en aquel entonces era uno de los retos más perseguido por los aventureros. Siempre se destaca su figura como la más recordada, es la expedición de Scott, y no valoramos de la misma manera a los que dejaron la vida a sus órdenes en aquel último viaje sin retorno, simples figuras difusas entre el manto blanco del olvido. Por una vez quiero destacar de entre todos ellos una de esas figuras secundarias de la historia, la de L. Oates cuyo gesto y valor, la entrega que hizo a sus compañeros de su propia vida, ha motivado que sea recordado como el héroe inglés por excelencia. Su imagen es la de la derrota y el sufrimiento, en él, mejor que en nadie, se puede apreciar aquel sufrimiento, estuvo lúcido hasta su última palabra, hasta su último gesto, hasta su último lamento.

   Entre todos los libros que se han escrito sobre la aventura del Polo, quiero destacar dos que de alguna manera me han ayudado a recuperar éstos momentos, uno de ellos sería el propio diario de Scott, que éste escribió durante aquellos días de peregrinaje, y que nos lleva a aquellas simas heladas para descubrir, casi palpar, su travesía, las preocupaciones y desvelos que les acompañaron; el otro es un libro que descubrí siendo muy niño en una tienda de libros de ocasión, de un autor para mí desconocido por aquel entonces, STEFAN ZWEIG, que en su libro: "Momentos estelares de la humanidad", dedica uno de sus capítulos precisamente a ésta aventura en el Polo. Poco sabía el autor austriaco que el destino se reiría de él reservándole un final parecido al de uno de sus protagonistas, el del joven Oates. Dos vidas cruzadas en un destino cruel, treinta años y miles de kilómetros separan sus vidas y también sus muertes, pero la soledad y la desesperación fueron la misma en sus dos historias. Pero eso será otra historia.



   Lawrence Edward Grace Oates (17 de Marzo de 1880 - 17 de Marzo de 1912), fue un aventurero y explorador antártico británico. De joven se había educado en uno de los colegios londinenses más elitista, el Eton College. Hizo su servicio militar durante la Guerra de los Bóeres, lo que le marcó y le inculcó un afán de aventuras que se vió reforzado cuando empezó a escuchar las historias de los exploradores polares, y que le motivó a ir a escuchar al propio Scott, en una de sus conferencias, que por aquellos días buscaba financiación para la Expedición "Terra Nova" (1910-1913), cuyo patrocinio corría a cargo de la  Royal Geographical Society, como había ocurrido con su anterior expedición, "la Discovery". La diferencia más importante entre las 2 expediciones consistía en que mientras la E. Discovery tuvo un director expedicionario de la propia institución científica, la de Terra Nova no iba a tener un director expedicionario científico, sino que la iba a dirigir el propio Scott, que por aquel entonces había adquirido mucha notoriedad con su anterior viaje, así que a pesar de que expresaron su esperanza de que esta expedición pudiera ser como la anterior, eminentemente científica, con la exploración y la llegada al Polo como objetivos secundarios, no se cumplieron del todo sus objetivos, ya que Scott tenía otras aspiraciones, así en su folleto divulgativo dejaba claro que su objetivo prioritario era "alcanzar el Polo Sur, y así asegurar para el Imperio Británico el gran honor de este logro". Oates se vió imbuido del espíritu del momento, y transportado por ensoñaciones de aventura se presentó como voluntario y ofreció su apoyo económico para la realización de dicha empresa..

   Oates había hecho su servicio militar en el cuerpo de Dragones del ejercito inglés, cuerpo de caballería por excelencia del ejercito inglés, ésto, su conocimiento y dominio del mundo equino y el hecho de su apoyo económico, motivaron a Scott a elegirle para que le acompañara en la expedición, siendo al final uno de los elegidos para el asalto final al Polo Sur geográfico. Oates, se resintió durante el viaje de una antigua herida de guerra, que se vio agravada por el escorbuto, que padeció en la travesía. El joven inglés no deseaba especialmente este honor, y menos en aquellas circunstancias, pero nobleza obliga. 

    Oates, una vez en ruta, tuvo varios enfrentamientos con Scott, sobre todo en temas relacionados con la forma de dirigir la expedición, incluso llegó a escribir en su diario:

   "Myself, I dislike Scott intensely and would chuck the whole thing if it vere not that we are a British expedition... [Scott]´is not straight, it is himself first, the rest nowhere..." ("No me gusta nada Scott y lo tiraría todo por la borda si no fuera porque somos una expedición británica... [Scott] no actúa con rectitud, su primera preocupación es él mismo, el resto no le importa..." 




* El capitán Scott, con uniforme militar.

      Su viaje hacia la eternidad comienza el 1 de Noviembre de 1911, ya desde el primer momento empiezan a surgir contratiempos, la idea original era recorrer 40 km. diarios, pero la dureza del terreno y problemas varios les obligan a ralentizar la marcha y sólo pueden avanzar 30 km al día. Los problemas más importantes tienen que ver con los vehículos a motor que utilizan para transportar la carga y con los ponys, éstos empiezan a tener dificultades para caminar y tienen que sacrificar varios animales muy pronto. El tiempo les dificulta la marcha, hace calor y el hielo se derrite a su paso provocando que sus pies se hundan en el hielo y dificultando la marcha. Sufren heridas y cortes en los pies al avanzar por un terreno tan poco estable.

   El 30 de Diciembre de 1911, casi 2 meses después de su partida, llegan a los 87 grados de latitud Sur, la máxima distancia que alcanzó Shackelton en su último viaje, Shackelton y Scott habían realizado coincidido en la expedición Discovery (1901-1904), el primero como capitán y el segundo como tercer oficial. Shackelton tuvo que regresar prematuramente de ésta misión por motivos de salud y ésta derrota le dejó una honda huella que resarció en 1907 cuando volvió con la Expedición Nimrod (1907-1909), en la cual él y 3 compañeros (Frank Wild, Eric Marshall y Jameson Adams) iniciaron una nueva marcha que les condujo hasta el punto más al Sur que nadie había alcanzado antes, latitud 88º 23´ S, a unos 190 km de distancia del Polo Sur. La rivalidad entre aquellos hombres fue legendaria y se tornó más agria después de la expedición Discovery, ambos tenían objetivos similares y a tanto llegó aquella rivalidad que Scott presionó a su antiguo compañero de fatigas para que no utilizara la base Discovery como centro de operaciones de su expedición, hecho no muy habitual entre aventureros polares, siempre dispuestos a colaborar en las empresas que iniciaban.

   Pero volvamos con Scott y sus 4 compañeros. Los habíamos dejado a medio camino, con unas condiciones climáticas adversas por las altas temperaturas, estaban en el Verano polar, que dificultaban su andar y a punto de comenzar el último tramo de su viaje. Será en éste punto, latittud 87º donde se separan del resto del grupo, y sólo quedarán los 5 integrantes que han pasado a la historia: el propio Scott, el fornido Evans, Bowers, Oates y Wilson el científico.




Los miembros del equipo de Scott en el Polo Sur, el 18 de enero de 1912. De izquierda a derecha, de pie: Oates, Scott, Wilson; sentados: Bowers, Evans. Foto preparada por Bowers.
  
   Los días parecen eternizarse en aquellos parajes helados, el blanco se confunde en el horizonte y el viento y las condiciones climáticas les hacen ralentizar su caminar. Cada paso se convierte en una infierno, miradas tortuosas fijas en el suelo, silencio en el aire, sólo la respiración entrecortada de los compañeros, sólo un paso más, y otro y otro...

   Cada vez están más cerca, eso les hace sacar fuerzas de flaqueza, así lo comenta Scott en su diario:

"Sólo quedan 150 kilómetros para llegar al Polo. Si esto sigue así, no lo resistiremos"

   Poco a poco la meta se va acercando, eso les hace abrigar esperanzas de éxito y recuperar fuerzas de donde parece que no quedan, aunque Scott sigue mostrándose muy cauto y algo en sus presentimientos le dice que la cosa no va bien, así escribe en sus anotaciones:

“Quedan 137 kilómetros hasta el Polo que nos resultarán amargamente difíciles”.

Y cada paso es un tormento:

“¡Sólo 94 kilómetros! Si no lo alcanzamos, nos quedaremos endemoniadamente cerca”.


“Sólo 70 kilómetros ¡La meta está ante nosotros!”-


“Sólo unos mezquinos 50 kilómetros. ¡Tenemos que llegar cueste lo que cueste!”


   Sin duda el éxito parecía estar al alcance de sus dedos helados, cuando el 16 de Enero escribe en su
diario:

 “Se elevan los ánimos” 

      Sólo habían recorrido 14 km. desde ésta última anotación cuando Bowers cree distinguir un punto negro entre el manto uniforme de la distancia, entre el blanco infinito, nadie dice nada, siguen caminando con la mirada baja, cada paso les lleva más cerca y el aire se vuelve denso, les dificulta la respiración. Habría que estar allí para ver la ilusión y el miedo, el ansia en sus ojos, tanto tiempo, tanto esfuerzo, arriesgándolo todo por aquel sueño, y de repente sus miedos se hacen realidad, ante ellos, erguido en la nieve, saludándoles, la bandera de Noruega ondea sobre un mastil burdamente colocado en los restos de un trineo volcado que hace la función de pedestal. Amundsen se les había adelantado. Y allí se quedan, quietos, mirándola durante un tiempo que parece detenerse en la inmensidad...




   Scott escribe en su diario: 

 Todo el trabajo, todas las privaciones, toda la angustia, ¿para qué? Nada más que por un sueño que ahora se ha derrumbado”.

Aquí no hay nada que ver. Nada que se diferencie de la atroz monotonía de los últimos días”.

   Tras clavar la "Unión Jack" en la tierra helada, profético, escribe: 

"Me espanta el regreso".

   El Invierno además hace acto de presencia, más pronto de lo que es habitual en aquellas latitudes, arremete con fuerza y les aturde, les abotarga. El cansancio les pesa como un lastre que unido a la desesperanza, la urgencia, la rabia y la impotencia les hace aún más tortuoso el camino. No les quedan apenas víveres, tienen que empezar a racionar los alimentos. Su caminar se vuelve errante y paso a paso van recorriendo el camino de vuelta, han ido dejando depósitos con víveres y suministros a la ida, y cuando ven el primero les renace la esperanza, pero pronto se dan cuenta de que no habían dejado suficientes recursos para las necesidades que tienen. 

   Sin duda loable es el hecho de que aquellos hombres moralmente hundidos, apenas con las últimas fuerzas, en una situación de extremo riesgo, sintiendo cada vez más punzante la futilidad de su esfuerzo, siguen con sus cometidos originales, así Wilson, el científico del grupo, a pesar de estar agotado hasta la extenuación, sigue arrastrando su trineo, donde además de los utensilios más básicos e imprescindibles como ropa, víveres y algunas medicinas transporta 16 kg de piedras raras que había ido recogiendo por el camino.

   Por su parte Evans, el más fuerte del grupo, empieza a desvariar, comienza a hablar sólo y a decir cosas sin sentido. Scott sabe que les va a retrasar su marcha, y no sabe qué decisión tomar al respecto, ¿deberían abandonarlo a su suerte?, la idea les ronda, deben llegar al siguiente depósito sin demora y así no pueden avanzar mucho. El frío ya se ha adueñado del lugar, ya no quedan días tranquilos. Poco después el destino les ayuda de forma trágica, el 17 de Febrero el oficial muere.

   Scott parece percibir su macabro destino cuando escribe en su diario: El juego terminará mal”.

   También cuando, recordando a los hombres que les esperan en el campamento base, comprende que nadie les va a socorrer: ¡Que Dios nos asista! De los hombres ya nada podemos esperar”.

    Temperaturas de 42 grados bajo cero les arremeten, les queman las manos y los pies, sufren grandes dolores a cada paso que dan. Wilson les suministra a cada uno 10 tabletas de morfina para acelerar el final llegado el caso. Ninguno hará uso de ellas. 

   Oates también está resentido y apenas puede caminar, es una carga para el grupo que se mueve más despacio de lo que deberían y sabe que es por su culpa, todo ésto provocó un retraso que posiblemente hubiera supuesto la diferencia entre la vida y la muerte del resto de la expedición. Pide a sus compañeros que le abandonen, pero éstos no lo hacen. Logran llegar, en un esfuerzo titánico, al "Refugio Nocturno", y allí acampan. Finalmente Oates, comprendiendo que su sacrificio es la única posibilidad que les queda a sus compañeros, toma una decisión tan brutal como heróica, abandonar la tienda mientras afuera se desata un huracán que les impide continuar. Es el día de su 32º cumpleaños, Oates se levanta, no mira a nadie y nadie le mira a él, se dirige a la salida y antes de atravesarla dice sus últimas palabras casi al aire, sin atreverse a mirar a sus camaradas: "Quiero salir un poco. Tal vez me quede un rato ahí fuera.", todos saben lo que esas palabras significan, pero nadie hace ni dice nada... Oates, el niño que lo tuvo todo, el rico aventurero, el gentleman se encaminó seguro hacia la oscuridad sin mirar hacia atrás, con la idea de que con su gesto ayudaba a sus compañeros, el último gran héroe. Gesto tardío pero lleno de significados. 

   Sólo quedaban Scott, Wilson y Bowers, que sin saberlo se encuentran apenas a 20 km del siguiente depósito, no tienen opciones, deciden permanecer en la tienda con el viento atronando fuera. Las fuerzas les han abandonado. Saben que si no continúan van a acabar allí, pero el frío, el hambre y el cansancio pueden con ellos. 8 días permanecen cobijados en aquella pequeña tienda. Tal vez, si Scott hubiera considerado los consejos  de Oates sobre la ubicación de los depósitos, podrían haberse salvado.

   Scott dirige las últimas palabras de su diario a su esposa:

 Como sabes, yo mismo hube de dominarme para ser un hombre esforzado. Siempre tuve inclinación a la pereza.”


“Cuánto podía contarte de este viaje. Y cuánto mejor fue emprenderlo, en lugar de quedarme sentado en casa, disfrutando de una excesiva comodidad”.

   Y a su país:

“No sé si he sido un gran explorador, pero nuestro fin será testimonio de que en nuestra raza aún no han desaparecido ni el espíritu del valor, ni la fuerza para resistir el sufrimiento”.

 Sus últimas palabras: “¡Envien este diario a mi esposa!”. Depués tacha la última palabra y escribe “mi viuda”.


   El 12 de Noviembre de 1912 encontraron sus cuerpos congelados en sus sacos de dormir, Scott abrazado a su compañero Wilson. De Oates sólo encontraron el saco de dormir entre la nieve, nunca apareció su cuerpo.


  

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