Kevin Carter. La conciencia de la indolencia


Hola a todos. Hoy estaba decidido a escribir sobre las extensas vacaciones de los maestros en Andalucía, y su decidido arrojo por impedir que se adelante una semana el inicio del curso escolar, para igualarlo al resto de España, eso justo después de su semana blanca, por la que se han tomado una semanilla de fiesta por el día del maestro y el de Andalucía. Y que no se manifiesten por acabar con el acoso escolar...
En fín, que pensaba escribir sobre ello, pero me he encontrado con un artículo por internet que me ha estremecido. Resulta que el autor de la fotografía que da inicio al artículo de hoy obtuvo, gracias a la misma, el Premio Pulitzer el año 1994, tan sólo 4 meses después de hacer la instantanea en la que se ve a una niña famélica y al parecer moribunda, en medio de un descampado con un buitre detrás de ella, esperando... tal vez la niña nunca se dió cuenta de que estaba siendo fotografiada, probablmente tan sólo sentía frío, y soledad... y a lo mejor el sonido de la muerte, tan cerca.
Pues bien, el autor de la famosa fotografía contó, cuando recibió el galardón, que estuvo aproximadamente 20 minutos esperando bajo el ardiente calor del Sudan para tomar la misma, esperando a que el buitre abriera las alas, cosa que no ocurrió: Nos cuenta que se la había imaginado, como los fotógrafos ven las fotos que hacen, nada más ver a la niña en mitad del campo desnudo, había visto el encuadre, la abertura de diafragma, el tiempo de exposición, y la sensación que nos quedaría a los mudos testigos de la misma al ver el buitre a su espalda abriendo las alas. Nos cuenta como se imaginó el eco que tendría la misma, tanto para la opinión pública como para su propia carrera. Se vió en los mejores diarios, en los medios de comunicación; lo que tal vez no se imaginó, o tal vez sí, fue el que le concedieran este prestigioso premio por la misma, y la repercusión que tendría la foto, tanto para él mismo como para descubrir las miserias del mundo.
No sabemos, la fotografía no nos lo desvela, que ocurrió con la niña, tal vez para el fotografó no era lo importante, comentó que se recuperó lo suficiente para seguir su camino, pero me temo que eso quedará como una incognita más de esta historia. Y aquí nos preguntamos: el fotografo que se encuentra en una situación como ésta tiene que intervenir o tan sólo reflejar la realidad, debería haber dejado la cámara a un lado y haber llevado a la niña a algún campo de refugiados, o era más importante hacer la fotografía para descubrir al mundo lo que ocurre en aquel lugar olvidado del mundo, qué se debería hacer en una situación como ésta. El fotografo eligió la segunda opción, elección, que como veremos, tuvo una importancia crucial en su vida, no por los premios y reconocimientos que a nivel mundial obtuvo, sino por algo más.
La fotografía fue publicada por primera vez en el New York Times el 26 de Marzo de 1993 y posteriormente recorrió el mundo entero. Pero la opinión pública expresó su opinión, comparando al autor de la fotografía con el buitre que espera. Es más, en una entrevista que concedió poco después el autor reconoció:
“Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”.
Tal vez fue su conciencia, o sus pesadillas, tal vez fue el sentimiento de perder esa chispa de humanidad que nos distingue, o tal vez fue que la recuperó, no sabremos que movió al autor de esta fotografía, Kevin Carter, pero se convirtió a partir de ese momento en fotografó de la naturaleza, ya sólo quería hacer fotografías de animales, tal vez para acallar los sonidos de su conciencia. Intentó recuperarse de ese instante que le marcó, que tal vez le acompañó como una sombra en sus sueños, o en sus pesadillas, que no se iba ni con el agua de ducha, ni mientras desayunaba, que se convirtió en parte de su piel. Cuentan que ya no volvió a ser el mismo, que ya no se recuperó de esa fotografía. tal es así que al año siguiente de obtener el Premio Pulitzer se dirigió con su camioneta al rio donde jugaba cuando era niño, y allí, entre el sonido de la naturaleza, con el clamor sordo del río, bajo el calor de su tierra, tal vez con el recuerdo de los juegos que disfrutó de niño, cuando aún el mundo no le había enseñado sus miserias, se bajó del vehículo, se agachó y enchufó una manguera en el tubo de escape y la introdujo por la ventanilla y se sentó al volante a esperar. Nadie sabe lo que pasa pasó por su mente en esos momentos, si desesperación, amargura, tristeza o rabia... sólo sabemos que se fué quedando dormido, la llaman la muerte dulce, tal vez por fín logró un momento de alivio, de olvido... después sólo quedó el vacío, sin imágenes, por fín...

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